Conciencia Activada – Entre el Valor Interno y el Secuestro Cultural - Brain Bee Ideas
Conciencia Activada – Entre el Valor Interno y el Secuestro Cultural - Brain Bee Ideas
Vivimos en una era donde la conciencia humana puede ser activada continuamente por estímulos externos, muchas veces con retornos afectivos o simbólicos en ciclos menores a 72 horas. Este tipo de activación, aunque parezca inofensiva o incluso placentera, se revela muchas veces como un secuestro sistemático de la atención, del tiempo y de la energía corporal. La conciencia activada, en este contexto, no surge de la interioridad ni de los valores vivenciados por el cuerpo-territorio, sino de comandos externos: videos cortos, frases impactantes, eslóganes religiosos, ganchos narrativos y bucles emocionales monetizables.
La neurociencia ya ha demostrado que las experiencias emocionales intensas pueden dejar huellas duraderas en la memoria si se refuerzan dentro de un período de hasta 72 horas (McGaugh, 2004). Cuando la conciencia es estimulada repetidamente por recompensas simbólicas—"me gusta", visualizaciones, frases ritualizadas o promesas de transformación rápida—se estructura sobre sistemas de dopamina y serotonina que impiden la disolución espontánea del estado activado. Así, el cuerpo permanece en un estado constante de alerta, deseo o repetición, incluso cuando la experiencia no está conectada con un valor real para la vida del individuo.
Este proceso interfiere directamente en el desarrollo y sostenimiento de los “yos tensionales”, especialmente cuando esos "yos" están moldeados por emociones breves sin raíces en sentimientos duraderos. Un yo estructurado a partir de un sentimiento constructivo—como el sentido de pertenencia, el amor real o un propósito vivido—puede fragmentarse o incluso interrumpirse por activaciones culturales sucesivas que sobrecargan el sistema de atención e impiden el procesamiento simbólico profundo.
Este fenómeno se vuelve particularmente problemático cuando comprendemos el papel del Yãy Hã Miy, concepto del pueblo Maxakali que significa “imitar para trascender el ser”. Originalmente, este proceso describe la formación de identidad a partir de una imitación vivida profundamente, incorporando lo que se observa a nivel sensorial, motor, emocional y simbólico. Sin embargo, cuando ese imitando-ser es capturado por algoritmos o eslóganes culturales, se transforma en un “ser activado”, donde la conciencia no guía, sino que es guiada. La trascendencia se pierde, dando lugar a la performatividad reactiva y a la búsqueda de identificación inmediata, no de sentido.
En términos neurofisiológicos, esta dinámica moldea conectomas cerebrales altamente reactivos a estímulos externos y poco integradores. La plasticidad cerebral—que debería organizar las experiencias en redes cohesivas de memoria afectiva y sentido de identidad—es secuestrada por narrativas prefabricadas y recompensas inmediatas. El resultado es la formación de “yos improvisados”, frágiles y altamente manipulables, que ocupan el espacio de la conciencia cada vez que un nuevo estímulo se presenta como respuesta a la pregunta existencial: “¿Quién soy?”
Para evitar esta fragmentación crónica de la conciencia, es necesario que en la primera infancia se vivan experiencias fundacionales con profundidad, continuidad y presencia relacional. La ciencia ya ha demostrado que las redes prefrontales se desarrollan a partir de experiencias que involucran autorregulación, silencio, fruición, contacto físico, narrativa simbólica y sentido de pertenencia sin exigencia de rendimiento (Siegel, Schore, Zelazo, Tomasello). El cerebro necesita rituales lentos, ritmos internos y espacios simbólicos no monetizables para formar una conciencia con valor.
Así, defendemos que la conciencia activada por valores internos, guiada por sentimientos profundos y autorregulados, es la que permite el verdadero Yãy Hã Miy - el proceso de llegar a ser uno mismo a través de la vivencia simbólica del otro. Por el contrario, la conciencia activada por fuerzas externas con retorno emocional inmediato actúa como un secuestro metabólico del cuerpo, impidiéndole vivir lo que realmente es.
La elección entre una conciencia con valor y una conciencia secuestrada será cada vez más urgente en los próximos años. Y será necesario educar para el silencio, para el cuerpo, para el ritmo y para lo simbólico—o perderemos no solo el pensamiento libre, sino también la capacidad misma de ser.